La muerte te rodea. Escóndete debajo de tu cama...
Encontrarte no fue el problema, sino pensar como llevarte; la muerte es sádica cuando tratas de huir... te escondiste, ahora quiere verte sufrir.
Mientras la recorres con la mirada y tu corazón se acelera, te da un toque amigable. Desconcertado y animado, cuando menos te lo esperas la primera gota roja, brota de tu ojo derecho.
Mientras tu mirada se torna carmín, ves a la muerte reírse de ti.
Tu sangre hierve. Espumosa y espesa el suelo encharca. Tu corazón se tensa y se rompe, pedazos de él penden por todo tu interior, tu estómago se retuerce... tus víceras no soporta aquel hedor, tu garganta se cierra y amenaza con arrancar y tragarse la lengua.
Las cuerdas vocales vibran de dolor y el sonido que emites retumba en tus oídos recordándote la nada y el vacío.
La muerte se sienta en tu sillón, presenciar el espectáculo es parte de su glorioso don.
Venas sin sangre marcadas en tu frente y pulmones ahorcados atormentan tu débil mirada. Aturdente sonido desprende tu quijada después de una nueva explosión que depierta tu último suspiro.
Aturdente sonido atraviesa tu cabeza destazando tu cerebro. Tus oídos ya reventaron ... todo en silencio.
De espalda al suelo, ensangrentado y amedrentado, lo último que miras es tu cama por abajo.
Ella se aproxima, te mira con locura, nota tu sordera y soplando su cálido aliento susurra para tus entrañas: Ya tienes tus minutos memorables, ahora tienes recuerdos no prestados. De esconderte sobreviviste y de muerte viviste.
Dulce final para una vida sin provecho.
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